23 DE ENERO
“SEPULTARÁ NUESTRAS INIQUIDADES”
Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados (Miqueas 7:19).
Dicen los oceanógrafos que el lugar más profundo del mar es el Abismo de Challenger, ubicado en la fosa de las Marianas, en el océano Pacífico. El 23 de marzo de 1875, la tripulación de la corbeta Challenger lanzó un peso atado a una cuerda, a fin de medir la profundidad de ese lugar. Después de haber descendido 8,000 metros [26,250 pies], la plomada tocó fondo.
Por otro lado, la mayoría de nosotros no sería capaz de alcanzar una profundidad superior a los 18 metros [60 pies] bajo el agua. ¡Así que ninguno de nosotros podría llegar al fondo del Abismo de Challenger! Y eso me alegra mucho. ¿Por qué? Por lo que dice el profeta Miqueas: “¿Qué Dios hay como tú, que perdona la maldad y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades y echará a lo profundo del mar todos nuestros pecados” (Miqueas 7:18, 19).
Miqueas usa tres palabras hebreas para hablar del pecado. La primera se traduce como “iniquidades” en el versículo 19. La segunda palabra conlleva la idea de “transgresión, prevaricación, rebelión” (ver Miqueas 3:8). La tercera se traduce como “pecados” en el versículo 19 y significa “errar al blanco”. Lo que el profeta nos está queriendo decir es que no importa la naturaleza de nuestro pecado, Dios puede cargar con él.
El Señor toma nuestro pecado y lo “sepulta”, es decir, lo domina, lo conquista y lo pone bajo sus pies. Como dice Cyril W. Spaude: “Están muertos y no se pueden volver a levantar para perseguirnos. Él los arroja ‘a lo profundo del mar’, donde nunca se pueden volver a encontrar o a recordar”. * Por lo tanto, no tiene sentido vivir recordando algo que Dios ya ha perdonado o atemorizarnos por lo que él ya ha pisoteado. No es sano abrigar un constante complejo de culpa a causa de nuestros fallos porque, si ya los confesamos, podemos creer que Dios los olvidó y que cumplió su promesa de lanzarlos donde nadie podrá sacarlos. Disfrutemos de esta grandísima promesa: “Yo soy quien borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25). *
Cyril W. Spaude, Abdías, Jonás, Miqueas, eds. Roland Cap Ehlke y John C. Jeske, La Biblia Popular (Milwaukee, Wisconsin: Editorial Northwestern, 2000), p. 170.

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