26 DE OCTUBRE
DÍA DEL LAVADO
«Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve» (Salmo 51:7, R195).
En este día de 1858, Hamilton Smith, de Filadelfia, Pensilvania, inventó la primera lavadora exitosa. No creo que podamos siquiera imaginar lo que debe de haber sido lavar siempre toda la ropa a mano. Era un trabajo tan grande que en la mayoría de los hogares se reservaba todo el día del lunes para hacerlo. Primero, se ponía una gran olla de agua a calentar en la estufa de leña. En ella se afeitaban astillas de jabón de un bloque que tu madre había hecho con cenizas, manteca y lejía. Luego se llevaba el agua caliente desde la cocina de leña y se vertía en una tina colocada en el patio (cuando hacía buen tiempo).
Toda la ropa tenía que remojarse, y si estaba muy sucia había que hervirla en un caldero de agua caliente con lejía. Luego venía la parte difícil: había que restregar las manchas y la suciedad contra una tabla de lavar, un armazón de madera plano que encerraba una lámina ondulada de estaño estriado, chapa de hierro, cobre o zinc sobre la que se frotaba enérgicamente cada prenda de arriba abajo. El enjuague era un gran trabajo, que se facilitaba con la colaboración de dos personas (piensa, por ejemplo, en lo que sería enjuagar y escurrir el mono de trabajo de tu padre o las sábanas de tu cama). Finalmente, podías colgarlas en un tendedero para que se secaran.
Intenta lavar la ropa de una familia de nueve o diez personas. Cada semana. Semana tras semana. Sin lavadora, sin lavandería, sin descanso. Y no olvides el planchado. Había que planchar los vestidos y las blusas de algodón. También los manteles y las fundas de almohada «buenas». Se utilizaba un pesado planchador negro que se calentaba en la estufa. Tenías más de una para que cuando una se enfriara no tuvieras que esperar a que se volviera a calentar.
Hoy en día, lavar la ropa no es una de nuestras principales preocupaciones. Llegamos por la noche y echamos nuestra ropa sudada, manchada de hierba y llena de barro en el cesto de la ropa sucia y nunca pensamos en dar las gracias a mamá o a cualquier otra persona por hacerlo por nosotros. Damos por sentado tantas cosas. Pensamos tan poco en cómo el cerebro y la energía de las personas del pasado nos facilitan la vida hoy.
También tenemos que dar las gracias a Dios por la mejor lavadora de la historia del mundo. La lavadora de Dios nos lava las manos, nos restriega detrás de las orejas, nos desinfecta la boca y, en general, nos limpia por dentro y por fuera. De hecho, es la sangre de Jesús la que nos hace más blancos que la nieve. Cuando David tocó fondo, lo dijo bien por todos nosotros: «Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve».

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UN SALTO EN EL TIEMPO
Devoción Matutina para Adolescentes 2022
Narrado por: Isa Valen
Desde: Buenos aires, Argentina
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