03 DE SEPTIEMBRE
«SU PECADO LO ALCANZARÁ»
«Afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen», Salmos 17:5
HACE UNOS AÑOS LEÍ EN SELECCIONES un relato muy curioso sobre dos ladrones que robaron unos dos mil dólares en cámaras digitales, en una tienda Wal-Mart de Long Island, Nueva York. Lo que más me llamó la atención fue como los capturaron.
Dice el relato que, cuando los empleados de seguridad revisaron el video de vigilancia, pensaron que no les serviría de mucho porque las imágenes de los sospechosos se veían muy borrosas. Pero entonces apareció una imagen que les llamó la atención: en la grabación se veía a una mujer mientras agarraba la cámara fotográfica de demostración, que estaba encadenada a un mostrador, y luego enfocaba a un hombre que posaba alegremente. «¿Habrá tomado la foto?» -se preguntaron los investigadores—. «Y la cámara, ¿habrá funcionado?»
De inmediato, llamaron a la sección de Fotografía de la tienda. En efecto, ahí estaba la cámara. Lo mejor de todo es que también aparecía la foto del sospechoso, a todo color. ¡El hombre había posado de lo más feliz! En menos de tres semanas, el ladrón estaba siendo arrestado en su propia casa. *
Al parecer, los ladrones pensaron que la cámara no funcionaría. Más importante aún, –para usar las palabras de Norval F. Pease, pensaron que podían «pecar y, a la vez, ser felices». ** Solo que no les funcionó. ¿La razón? Es imposible para un ser humano vivir en pecado y, al mismo tiempo, ser feliz. Tarde o temprano, «su pecado lo alcanzará» (Núm. 32: 23).
Esto es lo que, según el mismo Norval F. Pease, le ocurrió al profeta Balaam. Creyó que podía pecar y ser feliz, pero finalmente «su pecado lo alcanzó». Ya conocemos la historia. Alarmado porque los israelitas eran muy numerosos, Balac, rey de Moab, intenta sobornar a Balaam para que los maldiga. Para persuadirlo, envía mensajeros cargados de riquezas. En un primer momento, Balaam se niega, pero cuando el rey insiste, esta vez con mayores promesas, Balaam muerde el anzuelo. Solo que cuando intentó maldecir al pueblo de Dios, de su boca solo salieron bendiciones. Quiso combinar el servicio a Dios con el amor por las riquezas, pero fracasó rotundamente, pues «nadie puede servir a dos señores» (Mat. 6:24, NVI).
¿Cómo terminó sus días este «Judas» de la antigüedad? Según dice la Escritura, murió a filo de espada cuando Israel combatió a Madián (Núm. 31: 8). ¿Cuántos pecados causaron su caída? Al igual que Judas, un solo pecado: el amor a las riquezas. Pero ese solo pecado «envenenó todo su carácter y causó su destrucción» (Patriarcas y profetas, cap. 40, p. 427).
¿Cuál debiera ser, entonces, nuestra oración diaria? La misma de David en nuestro texto de hoy:
«[Señor), afirma mis pasos en tus caminos, para que mis pies no resbalen».
*William, Beaman, Selecciones del Reader’s Digest, enero de 2006, pp. 69-70. **Norval F. Pease, En esto pensad, Pacific Press, 1970, p. 131.

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Narrado por: Roberto Navarro
Desde: Chiapas, México
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