21 DE FEBRERO
“Y ÉL SE LA DARÁ”

Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará (Santiago 1:5, NVI).

La fama de buen lector de Thomas Jefferson, el principal redactor de la Declaración de Independencia de los -estados Unidos, se remonta a su juventud. A sus veintiocho años ya era un conocido bibliófilo. Cuando visitaba las grandes ciudades europeas —Ámsterdam, Fráncfort, París, Madrid, Londres-, se dedicaba a visitar librerías y comprar libros. De acuerdo con Edwin S. Gaustad, “cuando [Jefferson] vendió sus libros al Gobierno de los Estados Unidos en 1815, para inaugurar la Biblioteca del Congreso, estimó que su colección andaba entre nueve y diez mil volúmenes”. *
Su pasión por la lectura lo indujo a abrazar las ideas de la Ilustración, a aferrarse a la revolución baconiana y lo convirtió en un fanático de la lógica, de la ciencia y de las matemáticas. Finalmente, la sabiduría de este mundo lo impulsó a crear la llamada Biblia de Jefferson. El célebre hombre de estado buscó una navaja y cortó pedazos del texto griego, latino, francés e inglés, los pegó en un libro y sacó una versión de los Evangelios que se ajustara a la lógica humana, sin ningún episodio milagroso que no pudiera ser explicado con la razón y la ciencia.
Uno puede criticar a Jefferson, pero a expensas de caer en lo mismo: someter las Escrituras a nuestra razón. El profeta Isaías nos advierte que muchos son engañados por su “sabiduría y conocimiento” (Isaías 33:6). Resulta ilusorio pretender ser cristiano y al mismo tiempo esperar que nuestra fe pase toda la rigurosidad del método científico. La fe bíblica trasciende lo que es lógico y razonable desde la perspectiva humana. Ese tipo de fe no se alimenta “con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios” (2 Corintios 1:12) y halla su máxima expresión en una “sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9).
Esa es la sabiduría a la que debemos aspirar los que vamos avanzando hacia la “madurez en la fe” (1 Corintios 2:6). Esa sabiduría no se consigue en una biblioteca de diez mil libros, como la de Jefferson. Es una sabiduría que nos llega como un regalo divino. “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie” (Santiago 1:5, NVI).
* Edwin S. Gaustad, Sworn on the Altar of God: A Religious Biography of Thomas Jefferson (Grand Rapids, Michigan: William B. Eerdmans, 1966), p. 19.
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