MARTES, 07 DE DICIEMBRE
DEUTERONOMIO EN JEREMÍAS
Dios será para nosotros todo lo que le permitamos ser. Nuestras oraciones lánguidas y sin entusiasmo no tendrán respuesta del cielo. ¡Oh, necesitamos insistir en nuestras peticiones! Pedid con fe, esperad con fe, recibid con fe, regocijaos con esperanza, porque todo aquel que pide, encuentra. Seamos fervientes. Busquemos a Dios de todo corazón. La gente empeña el alma y pone fervor en todo lo que emprende en sus realizaciones temporales, hasta que sus esfuerzos son coronados por el éxito. Con intenso fervor, aprended el oficio de buscar las ricas bendiciones que Dios ha prometido, y con un esfuerzo perseverante y decidido tendréis su luz, y su verdad, y su rica gracia.
Clamad a Dios con sinceridad y alma anhelante. Luchad con los agentes celestiales hasta que obtengáis la victoria. Poned todo vuestro ser, vuestra alma, cuerpo y espíritu en las manos del Señor, y resolved que seréis sus instrumentos vivos y consagrados, movidos por su voluntad, controlados por su mente, e imbuidos por su Espíritu.
Contadle a Jesús con sinceridad vuestras necesidades. No se requiere de vosotros que sostengáis una larga controversia con Dios, o que le prediquéis un sermón, sino que, con un corazón afligido a causa de vuestros pecados, digáis: “Sálvame, Señor, o pereceré”. Para estas almas hay esperanza. Ellas buscarán, pedirán, golpearán y encontrarán. Cuando Jesús haya quitado la carga del pecado que quebranta el alma, experimentaréis la bendición de la paz de Cristo (Nuestra elevada vocación, p. 133).
Nuestro primer deber, y el más grande de todos, es saber que permanecemos en Cristo. Él debe hacer la obra. Debemos intentar saber “qué dice el Señor”, sometiendo nuestras vidas a su gobierno. Cuando el Espíritu de Cristo mora en nosotros, todo cambia. Solo el Salvador puede darnos el descanso y la paz que tanto necesitamos. Y en cada invitación que nos hace para buscar al Señor a fin de que lo encontremos, nos está llamando para que moremos en él. Esta invitación no consiste solamente en que vayamos a él, sino que permanezcamos en él. El Espíritu de Dios nos impulsa a acudir. Cuando tenemos ese descanso y esa paz, nuestras preocupaciones diarias no nos inducirán a ser ordinarios, toscos y descorteses. No seguiremos más nuestro propio camino y nuestra voluntad. Desearemos hacer la voluntad de Dios, morando en Cristo como los pámpanos se hallan unidos en la vid (Cada día con Dios, p. 138).
Después del reconocimiento de los requerimientos divinos, nada hay que diferencie tanto las leyes dadas por Moisés de cualesquiera otras como el espíritu generoso y hospitalario que ordenaban hacia los pobres. Aunque Dios había prometido bendecir grandemente a su pueblo, no se proponía que la pobreza fuese totalmente desconocida entre ellos. Declaró que los pobres no dejarían de existir en la tierra. Siempre habría entre su pueblo algunos que le darían oportunidad de ejercer la simpatía, la ternura y la benevolencia. En aquel entonces, como ahora, las personas estaban expuestas al infortunio, la enfermedad y la pérdida de sus propiedades, pero mientras se siguieran estrictamente las instrucciones dadas por Dios, no habría mendigos en Israel ni quien sufriera por falta de alimentos (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 570, 571).
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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
IV TRIMESTRE DEL 2021
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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