SÁBADO DE TARDE, 16 DE OCTUBRE
AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS

El hombre gana todo obedeciendo al Dios guardador del pacto. Los atributos de Dios son impartidos al hombre capacitándolo para proceder con misericordia y compasión. El pacto de Dios nos asegura del carácter inmutable del Señor. ¿Por qué, pues, los que pretenden creer en Dios son inestables, volubles, indignos de confianza?, ¿por qué no rinden su servicio cordialmente, como si estuvieran bajo la obligación de agradar y glorificar a Dios? No es suficiente que tengamos una idea general de lo que Dios exige. Debemos conocer por nosotros mismos cuáles son sus órdenes y cuáles nuestras obligaciones. Las condiciones del pacto de Dios son: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”. Estas son las condiciones de la vida. “Haz esto —dijo Cristo , y vivirás” (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 7, pp. 943, 944).

El amor de Cristo es una cadena de oro que une a los seres humanos finitos, que creen en Jesucristo, con el Dios infinito. El amor que el Señor tiene por sus hijos, sobrepasa todo conocimiento. Ninguna ciencia puede definirlo o explicarlo. Ninguna sabiduría puede sondearlo.

El egoísmo y el orgullo entorpecen el amor puro que nos une en espíritu con Jesucristo. Si se cultiva verdaderamente este amor, lo finito se unirá con lo infinito, y todo se centrará en el Infinito. La humanidad se unirá con la humanidad, y toda se unirá con el corazón del Amor Infinito. El amor santificado de unos hacia otros es sagrado. En esta gran obra, el amor cristiano de unos hacia otros más elevado, más constante, más cortés y más desinteresado de lo que se ha visto—, preserva la ternura cristiana, la benevolencia cristiana, la cortesía, y reúne a la hermandad humana en el abrazo de Dios, reconociendo la dignidad con la cual Dios ha investido los derechos del hombre (Nuestra elevada vocación, p. 175).

Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón en el cual reina Cristo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. En el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblecedora en su derredor.

[El apóstol] Juan se esforzó por hacer comprender a los creyentes los eminentes privilegios que podían obtener por el ejercicio del espíritu de amor. Cuando ese poder redentor llenara el corazón, dirigiría cualquier otro impulso y colocaría a sus poseedores por encima de las influencias corruptoras del mundo. Y a medida que este amor llegara a dominar completamente y a ser la fuerza motriz de la vida, su fe y confianza en Dios y en el trato del Padre para con ellos serían completas. Podrían llegar a él con plena certidumbre y fe, sabiendo que el Señor supliría cada necesidad para su bienestar presente y eterno (Los hechos de los apóstoles, p. 440).

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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
IV TRIMESTRE DEL 2021
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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