MARTES, 17 DE ENERO
EL PROPÓSITO DEL DIEZMO
El pago del diezmo no era sino una parte del plan de Dios para el sostén de su servicio. Se especificaban divinamente numerosas dádivas y ofrendas. Bajo el sistema judío, se le enseñaba al pueblo a abrigar un espíritu de liberalidad, tanto en el sostén de la causa de Dios, como en la provisión de las necesidades de los pobres. En ocasiones especiales había ofrendas voluntarias. En ocasión de la cosecha y la vendimia, se consagraban como ofrenda para el Señor los primeros frutos del campo: el trigo, el vino y el aceite. Los rebuscos y las esquinas del campo se reservaban para los pobres. Las primicias de la lana cuando se trasquilaban las ovejas, y del grano cuando se trillaba el trigo, se apartaban para Dios. Así también se hacía con el primogénito de todos los animales.

Se pagaba un rescate por el primogénito de toda familia humana. Los primeros frutos debían presentarse delante del Señor en el santuario, y se dedicaban al uso de los sacerdotes.
Por este sistema de benevolencia, el Señor trataba de enseñar a Israel que en todas las cosas él debía ser el primero. Así se les recordaba que él era el propietario de sus campos, sus rebaños y sus ganados; que era él quien enviaba la luz del sol y la lluvia que hacían crecer y madurar la sementera. Todas las cosas que ellos poseían eran de él. Ellos no eran sino sus mayordomos (Los hechos de los apóstoles, p. 271).

Dios ha hecho a los hombres administradores suyos. Las propiedades que él puso en sus manos son los medios provistos por él para la difusión del evangelio. A los que demuestren ser fieles administradores, les encomendará responsabilidades mayores. Dijo el Señor: “Yo honraré a los que me honran”. “Dios ama al dador alegre”, y cuando su pueblo le traiga sus donativos y ofrendas con corazón agradecido “no con tristeza, o por necesidad”, lo acompañará con sus bendiciones, tal como prometió: “Traed todos los diezmos al alfolí, y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto, dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y vaciaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. 1 Samuel 2:30; 2 Corintios 9:7; Malaquías 3:10 (Historia de los patriarcas y profetas, p. 569).

En la medida en que el amor de Cristo llene nuestros corazones y domine nuestra vida, quedarán vencidas la codicia, el egoísmo y el amor a la comodidad, y tendremos placer en cumplir la voluntad de Cristo, cuyos siervos aseveramos ser. Nuestra felicidad será entonces proporcional a nuestras obras abnegadas, impulsadas por el amor de Cristo.
La sabiduría divina ha recalcado, en el plan de salvación, la ley de la acción y la reacción, la cual hace doblemente bendita la obra de beneficencia en todas sus manifestaciones. El que da a los menesterosos beneficia a los demás, y se beneficia a sí mismo en un grado aún mayor. Dios podría haber alcanzado su objeto en la salvación de los pecadores sin la ayuda del hombre, pero él sabía que este no podría ser feliz sin desempeñar en la gran obra una parte en la cual cultivara la abnegación y la benevolencia.
Para que el hombre no perdiera los bienaventurados resultados de la benevolencia, nuestro Redentor ideó el plan de alistarlo como colaborador suyo. Por un encadenamiento de circunstancias que exige manifestaciones de caridad, concede al hombre el mejor medio de cultivar la benevolencia, y lo mantiene dando habitualmente para ayudar a los pobres y fomentar el adelanto de su causa (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 421, 422).

===================
NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
I TRIMESTRE DEL 2023
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
===================
|| www.drministries.org ||
===================