DOMINGO 18 DE FEBRERO
EN MI CORAZÓN HE GUARDADO TUS DICHOS
Bienaventurados los perfectos de camino; los que andan en la ley de Jehová. Salmo 119:1…

El pecador no puede hacer frente a las exigencias de Dios con sus propias fuerzas. Debe acudir en busca de ayuda al que pagó el rescate por él…

Cristo es nuestra esperanza. Los que confían en él son limpiados. La gracia de Cristo y el gobierno de Dios van juntos en perfecta armonía. Cuando Jesús se convirtió en el sustituto del hombre, la misericordia y la verdad se juntaron, y la justicia y la paz se besaron. La cruz del Calvario da testimonio de las elevadas exigencias de la ley de Dios.
La ley de los Diez Mandamientos no debe ser contemplada tanto desde el lado prohibitorio como desde el lado de la misericordia. Sus prohibiciones son una segura garantía de la felicidad en la obediencia. Cuando se la recibe en Cristo, obra en nosotros la pureza de carácter que nos proporcionará gozo a través de edades eternas. Para el obediente es una muralla de protección. Contemplamos en ella la bondad de Dios, quien revelándoles a los hombres los principios inmutables de justicia, procura escudarlos de los males que resultan de la transgresión (Nuestra elevada vocación, p. 139).

Podemos guardar la ley solo apropiándonos de la justicia de Cristo. Cristo dice: “Separados de mí nada podéis hacer” Juan 15:5. Cuando recibimos el don celestial, la justicia de Cristo, encontraremos que se ha provisto para nosotros la gracia de Cristo, y que los recursos humanos son impotentes. Jesús dio el Espíritu Santo en medida abundante para las grandes emergencias, para ayudarnos en nuestras debilidades, para darnos fuerte consolación, para iluminar nuestras mentes, y para purificar y ennoblecer nuestros corazones. Cristo llega a ser para nosotros sabiduría, justificación, santificación y redención.

Del principio al fin de la vida del cristiano no se puede dar un paso con éxito sin Cristo. Él envió su Espíritu para estar con nosotros constantemente, y si confiamos en Cristo hasta lo sumo, entregándole nuestra voluntad, podremos seguirlo por dondequiera que vaya (Reflejemos a Jesús, p. 95).

El Salvador venció para enseñar al hombre cómo puede él también vencer. Con la Palabra de Dios, Cristo rechazó las tentaciones de Satanás. Confiando en las promesas de Dios, recibió poder para obedecer sus mandamientos, y el tentador no obtuvo ventaja alguna. A cada tentación Cristo contestaba: “Escrito está”. A nosotros también nos ha dado Dios su Palabra para que resistamos al mal. Grandísimas y preciosas son las promesas recibidas, para que seamos “hechos participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que está en el mundo por concupiscencia”. 2 Pedro 1:4
Encareced al tentado a que no mire a las circunstancias, a su propia flaqueza, ni a la fuerza de la tentación, sino al poder de la Palabra de Dios, cuya fuerza es toda nuestra. “En mi corazón —dice el salmista—he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”. “Por la palabra de tus labios yo me he guardado de las vías del destructor”. Salmo 119:11; 17:4 (El ministerio de curación, p. 136).

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NOTAS DE ELENA
MATERIAL COMPLEMENTARIO DE ESCUELA SABÁTICA
I TRIMESTRE DEL 2024
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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