SÁBADO DE TARDE, 21 DE ENERO
LAS OFRENDAS PARA JESÚS
Dios no recibe las ofrendas de nadie porque las necesite y no pueda tener gloria y riquezas sin ellas, sino porque es para beneficio de sus siervos entregar a Dios las cosas que son del Señor. Él recibirá las ofrendas de buena voluntad del corazón contrito, y recompensará al dador con las más ricas bendiciones. Las recibe como el sacrificio de agradecida obediencia. Requiere y acepta nuestro oro y plata como una evidencia de que todo lo que tenemos y somos pertenece a él. Él requiere y acepta el buen aprovechamiento de nuestro tiempo y nuestros talentos como el fruto de su amor que existe en nuestro corazón. Obedecer es mejor que el sacrificio. Sin amor puro la más cara ofrenda es demasiado pobre para que Dios la acepte (Testimonios para la iglesia, t. 2, p. 576).

La liberalidad abnegada provocaba en la iglesia primitiva arrebatos de gozo; porque los creyentes sabían que sus esfuerzos ayudaban a enviar el mensaje evangélico a los que estaban en tinieblas. Su benevolencia testificaba de que no habían recibido en vano la gracia de Dios. ¿Qué podía producir semejante liberalidad sino la santificación del Espíritu? En ojos de los creyentes y de los incrédulos, era un milagro de la gracia.
La prosperidad espiritual está estrechamente vinculada con la liberalidad cristiana. Los seguidores de Cristo deben regocijarse por el privilegio de revelar en sus vidas la caridad de su Redentor. Mientras dan para el Señor, tienen la seguridad de que sus tesoros van delante de ellos a los atrios celestiales (Los hechos de los apóstoles, p, 277).

Debemos ser representantes de Cristo sobre la tierra: puros, amables, justos, misericordiosos, llenos de compasión, mostrando generosidad en palabras y obras. La avaricia y la codicia son vicios que Dios abomina. Son frutos del egoísmo y del pecado, y estropean toda labor en la cual se les da entrada. La rudeza y la tosquedad de carácter son imperfecciones que las Escrituras condenan categóricamente como deshonras a Dios.
“Sean vuestras costumbres [vuestra disposición y hábitos] sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia [la gracia de la liberalidad cristiana]”. “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (El ministerio médico, p. 241).

La perfección del carácter cristiano se obtiene cuando el impulso de ayudar y beneficiar a otros brota constantemente de su interior. Cuando una atmósfera de tal amor rodea el alma del creyente, produce un sabor de vida para vida, y permite que Dios bendiga su trabajo.
Un amor supremo hacia Dios y un amor abnegado hacia nuestros semejantes, es el mejor don que nuestro Padre celestial puede conferirnos. Tal amor no es un impulso, sino un principio divino, un poder permanente. El corazón que no ha sido santificado no puede originarlo ni producirlo. Únicamente se encuentra en el corazón en el cual reina Cristo. “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Es el corazón que ha sido renovado por la gracia divina, el amor es el principio dominante de acción. Modifica el carácter, gobierna los impulsos, controla las pasiones, y ennoblece los afectos. Ese amor, cuando uno lo alberga en el alma, endulza la vida, y esparce una influencia ennoblece-dora en su derredor (Los hechos de los apóstoles, p. 440).

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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
I TRIMESTRE DEL 2023
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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