DOMINGO, 23 DE ABRIL
LA IMPORTANCIA DE LA HORA DEL JUICIO
En sus enseñanzas, Cristo mostró cuán abarcantes son los principios de la ley pronunciados desde el Sinaí. Hizo una aplicación viviente de aquella ley cuyos principios permanecen para siempre como la gran norma de justicia: la norma por la cual serán juzgados todos en aquel gran día, cuando el juez se siente y se abran los libros. Él vino para cumplir toda justicia y, como cabeza de la humanidad, para mostrarle al hombre que puede hacer la misma obra, haciendo frente a cada especificación de los requerimientos de Dios. Mediante la medida de su gracia proporcionada al instrumento humano, nadie debe perder el cielo. Todo el que se esfuerza, puede alcanzar la perfección del carácter. Esto se convierte en el fundamento mismo del nuevo pacto del evangelio. La ley de Jehová es el árbol. El evangelio está constituido por las fragantes flores y los frutos que lleva (Mensajes selectos, t. 1, pp. 248, 249).

“Y vi que con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, vino hasta el Anciano de días, y lo hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria, y reino; para que todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieran; su dominio es domino eterno, que nunca pasará; y su reino es uno que nunca será destruido”. Daniel 7:13, 14 (RV95). La venida de Cristo descrita aquí no es su segunda venida a la tierra. Él viene hacia el Anciano de días en el cielo para recibir el dominio y la gloria, y un reino, que le será dado a la conclusión de su obra de mediador. Es esta venida, y no su segundo advenimiento a la tierra, la que la profecía predijo que había de realizarse al fin de los 2,300 días, en 1844. Acompañado por ángeles celestiales, nuestro gran Sumo Sacerdote entra en el Lugar Santísimo, y allí, en la presencia de Dios, da principio a los últimos actos de su ministerio en beneficio del hombre, a saber, cumplir la obra del juicio y hacer expiación por todos aquellos que resulten tener derecho a ella (El conflicto de los siglos, p. 472).

Presento delante de vosotros el Salmo 51: un salmo lleno de preciosas lecciones. De él podemos aprender el camino a seguir si nos hemos apartado del Señor. Al rey de Israel —exaltado y honrado— el Señor envió un mensaje de reproche por medio de su profeta. David confesó su pecado y humilló el corazón al declarar que Dios es justo en todo su proceder [se cita Salmo 51:1-17].

El pecado es pecado, ya sea que lo corneta el que ocupa un trono o el más humilde. Vendrá el día cuando todos los que han cometido pecado lo confesarán, aunque sea demasiado tarde para que reciban perdón. Dios espera mucho tiempo para que el pecador se arrepienta. Manifiesta una tolerancia admirable; pero a la larga llamará a cuentas al transgresor de su ley…

Es peligroso que cerremos los ojos y endurezcamos la conciencia al punto de que no veamos ni comprendamos nuestros pecados. Necesitamos apreciar la instrucción que hemos recibido acerca del carácter odioso del pecado, a fin de que nos arrepintamos de nuestras transgresiones y las confesemos (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 3, p. 1165).

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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
II TRIMESTRE DEL 2023
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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