LUNES, 27 DE FEBRERO
UN ANATEMA EN EL CAMPAMENTO
Para establecer su culpabilidad en forma indisputable, que no dejase motivo alguno para pensar que se lo había condenado injustamente, Josué exhortó solemnemente a Acán para que reconociera la verdad. El miserable culpable hizo una confesión completa de su falta: “Verdaderamente yo he pecado contra Jehová el Dios de Israel… Vi entre los despojos un manto babilónico muy bueno, y doscientos siclos de plata, y un lingote de oro de peso de cincuenta siclos; lo cual codicié, y tomé: y he aquí que está escondido debajo de tierra en el medio de mi tienda”…
Entre los millones de Israel, solo hubo un hombre que, en aquella hora solemne de triunfo y castigo, osó violar el mandamiento de Dios. La vista de aquel costoso manto babilónico despertó la codicia de Acán; y aun frente a la muerte que por su causa arrostraba, lo llamó “manto babilónico muy bueno”. Un pecado le había llevado a cometer otro, y se adueñó del oro y la plata dedicados al tesoro del Señor; le robó a Dios parte de las primicias de la tierra de Canaán (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 528-530).

El que considera las cosas terrenales como el mayor bien, el que dedica su vida al esfuerzo de obtener riquezas mundanales, ciertamente está haciendo una pobre inversión. Cuando sea demasiado tarde verá que aquello en que confía se desmorona en el polvo. Solo mediante la abnegación, mediante el sacrificio de las riquezas terrenales, se pueden obtener las riquezas eternas. El cristiano entra en el’ reino de los cielos por medio de mucha tribulación. Constantemente debe librar la buena batalla, y no deponer sus armas hasta que Cristo le dé reposo. Solo al dar a Jesús todo lo que tiene puede asegurarse la herencia que durará por toda la eternidad (Cada día con Dios, p. 150).

Esto ocasionó la ruina de los judíos y será la ruina de muchas almas en nuestros tiempos. Miles están cometiendo el mismo error que los fariseos a quienes Cristo reprendió en el festín de Mateo. Antes que renunciar a alguna idea que les es cara, o descartar algún ídolo de su opinión, muchos rechazan la verdad que desciende del Padre de las luces. Confían en sí mismos y dependen de su propia sabiduría, y no comprenden su pobreza espiritual. Insisten en ser salvos de alguna manera por la cual puedan realizar alguna obra importante. Cuando ven que no pueden entretejer el yo en esa obra, rechazan la salvación provista.
Una religión legal no puede nunca conducir las almas a Cristo, porque es una religión sin amor y sin Cristo. El ayuno o la oración motivada por un espíritu de justificación propia, es abominación a Dios. La solemne asamblea para adorar, la repetición de ceremonias religiosas, la humillación externa, el sacrificio imponente, proclaman que el que hace esas cosas se considera justo, con derecho al cielo, pero es todo un engaño. Nuestras propias obras no pueden nunca comprar la salvación…
El hombre debe despojarse de sí mismo antes que pueda ser, en el sentido más pleno, creyente en Jesús. Entonces el Señor puede hacer del hombre una nueva criatura. Los nuevos odres pueden contener el nuevo vino. El amor de Cristo animará al creyente con nueva vida. En aquel que mira al Autor y Consumador de nuestra fe, se manifestará el carácter de Cristo (El Deseado de todas las gentes, p. 246).

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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
I TRIMESTRE DEL 2023
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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