MIÉRCOLES, 27 DE OCTUBRE
“JUZGAD JUSTAMENTE”
Moisés repitió al pueblo las palabras del Señor, y le anunció el nombramiento de los setenta ancianos. Las instrucciones que el gran jefe les dio a estos hombres escogidos podrían muy bien servir como modelo de integridad judicial para los jueces y legisladores de los tiempos modernos: “Oíd entre vuestros hermanos, y juzgad justamente entre el hombre y su hermano, y el que le es extranjero. No tengáis respeto de personas en el juicio: así al pequeño como el grande oiréis: no tendréis temor de ninguno, porque el juicio es de Dios”. Deuteronomio 1:16, 17 (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 399, 400).
Es extraño que profesos cristianos hagan caso omiso de las enseñanzas claras y positivas de la Palabra de Dios y no sientan remordi miento de conciencia. Dios coloca sobre ellos la responsabilidad de cuidar del infortunado, el ciego, el cojo, la viuda y el huérfano; pero muchos no hacen el menor esfuerzo por tenerlo en cuenta. A fin de salvar a los tales, Dios frecuentemente los pone bajo la vara de la aflicción y los coloca en situaciones similares a las que ocupaban las personas que necesitaban comprensión y apoyo, pero que no lo recibieron de sus manos.
Dios considerará responsable a la iglesia, como un cuerpo, por la conducta equivocada de sus miembros. Si se permite que en cualquiera de sus miembros exista un espíritu egoísta e indiferente hacia el infortunado… Él ocultará su rostro de su pueblo hasta que cumplan con su deber y quiten el mal que hay entre ellos. Si cualquiera que profesa el nombre de Cristo representa mal a su Salvador olvidándose de su deber hacia el afligido, o si en cualquier forma procuran sacar ventaja de la lesión de los desafortunados, robándoles así de sus recursos, el Señor considera a la iglesia responsable por el pecado de sus miembros hasta que hayan hecho todo lo que pueden para remediar el mal existente. Él no oirá la oración de su pueblo mientras el huérfano, el cojo, el ciego y el enfermo que están entre ellos sean descuidados (Testimonios para la iglesia, t. 3, p. 567)
Debe haber un poder que obre en el interior, una vida nueva de lo alto, antes de que el hombre pueda convertirse del pecado a la santidad.
Nadie recibe la santidad como derecho de primogenitura o como obsequio de parte de algún otro ser humano. La santidad es el don de Dios por medio de Cristo. Los que reciben al Salvador llegan a ser hijos de Dios. Son sus hijos espirituales, nacidos de nuevo, renovados en justicia y verdadera santidad. Sus mentes son cambiadas. Con visión más clara contemplan las realidades eternas. Son adoptados en la familia de Dios, y llegan a adquirir su semejanza, transformados por su Espíritu de gloria en gloria. Después de albergar un amor supremo por sí mismos, llegan a albergar un amor supremo por Dios y por Cristo… Aceptar a Cristo como Salvador personal y seguir su ejemplo de abnegación, he aquí el secreto de la santidad (La maravillosa gracia de Dios, p. 120).
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NOTAS DE ELENA
LECCIÓN DE ESCUELA SABÁTICA
IV TRIMESTRE DEL 2021
Narrado por: Patty Cuyan
Desde: California, USA
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