07 DE MARZO
SALMO 119:16
«En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra» (SAL. 119:16).
¿T e has dado cuenta lo fácil que olvidamos personas, nombres, fechas importantes, números telefónicos, llaves, citas, promesas? La Real Academia Española define «olvidar» como el «dejar de retener en la mente algo o a alguien», «dejar de tener en cuenta algo», «dejar de hacer algo por descuido» o «dejar de tener afecto o estima por alguien o algo». En Internet podemos encontrar mucha información sobre cómo ejercitar nuestra mente y cómo evitar olvidar cosas importantes, pero en esta era tecnológica en que vivimos, donde parece que dependemos para todo de nuestros teléfonos «inteligentes», nos resulta muy difícil ejercitar la mente. ¡Es tan grave que a veces muchos de nosotros olvidamos hasta nuestro propio número de teléfono!
Olvidar un cumpleaños o una cita médica o el nombre de una persona puede ponernos en situaciones vergonzosas, pero olvidar las promesas de Dios nos puede costar la vida. ¡Y qué olvidadizos somos! No importa lo mucho que Dios haya hecho por nosotros; no importa cuánto hayamos experimentado el favor y la gracia inmerecida de Dios, de una forma u otra, parece que en medio de las tormentas de la vida terminamos dudando; nuestra fe flaquea y languidece. De ahí que David le dice a su alma en el Salmo 103: «no olvides ninguno de sus beneficios» (v. 2b).
En el Salmo 119, el salmista hace énfasis en la Palabra de Dios, en sus preceptos, en sus estatutos. Él reconoce que deleitarse en la Palabra de Dios es vital, no solamente para vivir una vida santa y agradable delante de Dios (v. 9), sino también para sobrevivir las tempestades, las tristezas y los oprobios de la vida. «De angustia se me derrite el alma: susténtame conforme a tu Palabra» (v. 28).
Cuando meditamos en la Palabra, cuando la estudiamos, cuando nos deleitamos en ella, cuando le pedimos a Dios que nos guíe conforme a sus estatutos, todo cambia. Somos «transformados mediante la renovación de [nuestra] mente» para así poder «comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Rom. 12:2). Comenzamos a pensar en «todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio» (Fil. 4:8). Entonces, vemos la vida de una manera distinta. Nos auto predicamos el evangelio a cada momento. Nuestra vida espiritual florece. Nuestra vida de oración se fortalece. Nuestra fe en Dios y en Sus promesas aumenta. Nuestros temores se desvanecen. Y es que el mismo Espíritu Santo que inspiró la Escritura, obra a través de la Escritura en aquellos que se deleitan en ella.
Algo más sucede cuando aprendemos a deleitarnos en la Palabra de Dios: no nos olvidamos de ella. Por esto el salmista dice: «En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra» (v. 16). Es imposible olvidar algo que tienes presente a cada momento, algo que te apasiona, algo que le da sentido y dirección a tu vida.
Cuando esos momentos de ansiedad, indecisión, dolor, escasez y enfermedad llegan a tu vida, la Palabra de Dios que inunda tu mente comienza a consolar tu corazón, a darte fuerzas, a infundirte esperanza y a darte de esa «paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7).
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SALMOS
DEVOCION MATUTINA VESPERTINA
Narrado por: Joyce Vejar
Desde: Arizona, USA
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