13 DE MARZO
SALMO 119:18
«Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley» (SAL. 119:18).
Un ciego puede escuchar cómo los rayos del sol de mediodía bañan cada rincón de la ciudad. Alguien puede intentar describir los destellos que se desprenden de las gotas de rocío bajo la luz matinal. Puede aprender sobre la explosión de colores en el cielo cuando el sol se acerca al horizonte y de las estrellas, que parecen despertar en un instante cuando la oscuridad impregna el firmamento.
Sí, un ciego puede escuchar estas maravillas e intentar imaginarlas, pero no puede experimentarlas. Para poder percibir por sí mismo el poder resplandeciente de la luz, la colorida belleza de un atardecer y la inmensidad del cielo estrellado necesita que sus ojos sean abiertos. Nosotros también.
Tú y yo podemos escuchar sobre el poder, la belleza y la inmensidad de las palabras de Dios. Podemos leer las confesiones del salmista, quien desea obedecer (v. 5), atesora los dichos del Señor (v. 11), y se regocija en Sus caminos (v. 14). Podemos imaginar cómo luce vivir de esta manera. Pero será imposible experimentarlo hasta que nuestros ojos sean abiertos a la verdad.
Un ciego no puede ver la luz, por más que resplandezca. Un ciego espiritual no puede ver las maravillas de la ley de Dios, por más sublimes que estas sean.
Nuestro primer instinto podría ser desalentarnos. Escuchar el deleite del salmista en la Escritura y lamentarnos porque nosotros jamás podremos disfrutar de ese gozo. Resulta más fácil fingir que lo compartimos. Sabemos cuáles son las expresiones correctas sobre Dios y Su Palabra, así que solo las repetimos. Nos olvidamos de que podemos experimentarlas en realidad.
¿Despertamos cada mañana buscando al Señor de todo corazón? (v. 10) ¿Anhelando aprender los mandamientos de Dios? (v. 12) ¿Nos alegramos de tener la Palabra del Señor más que de tener abundancia económica y material? (v. 14).
A Dios no le impresiona que sepamos cuál es la «respuesta correcta» a estas preguntas. Él ve lo profundo de nuestros corazones. Sabe cuáles son nuestros más íntimos deseos, aun mejor que nosotros mismos. Dios mira cuando somos maravillados por las cosas efímeras de este mundo… por el dinero, el reconocimiento, o el placer. Pretender no sirve de nada. Necesitamos clamar.
Si no percibes la gloria de la revelación del Señor, si no te deleitas genuinamente en ella, pide que tus ojos sean abiertos. Dios escucha y Dios responde. Él se deleita en revelarse a Sus hijos.
«¡Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley!». Que este sea el clamor de nuestro corazón hasta que lleguemos a la gloria, donde ya no veremos de manera indirecta y velada, sino cara a cara (1 Cor. 13:12). Nuestros ojos serán abiertos completamente y viviremos maravillados por la eternidad.
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SALMOS
DEVOCION MATUTINA VESPERTINA
Narrado por: Joyce Vejar
Desde: Arizona, USA
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